La música popular argentina posee una variedad sorprendente. Sus extremos van desde la baguala, que utiliza solo tres sonidos cantados sin acompañamiento armónico, hasta las sublimes complejidades de la música de Astor Piazzolla y Lisandro Adrover. Lo mismo sucede en el campo de la danza. Dentro de esa gran variedad existe un claro contraste entre los rasgos urbanos y rurales de unas y otras. Aparece así la ya clásica división entre el Tango y el Folklore. Aunque es muy importante recordar que no podría existir uno sin el otro.
El Folklore -arte del campo- es diurno, más antiguo y nace formando parte de las actividades cotidianas de pequeñas comunidades humanas íntimamente fundidas con el paisaje, donde la naturaleza aporta la base fundamental. El Tango -arte de la gran ciudad- es nocturno, muy profesional y su genealogía lo vincula desde siempre con el concepto de espectáculo. Ambos son criollos, es decir, nacidos de la unión de la cultura americana preexistente y la cultura europea colonizadora e inmigrante. Pero el Folklore conserva vivo el componente más americano y el recuerdo del primer enfrentamiento racial entre colonizador y colonizado. Los sentimientos de extrañeza, temor a lo desconocido, miedo, desarraigo, atropello, sojuzgamiento y resentimiento del nativo contra la invasión, nacidos en el primer encontronazo, reaparecen cuando Buenos Aires -reciente Capital de la República- crece en forma descomunal con el aporte del flujo inmigratorio europeo.
El Tango nace, a fines del siglo IXX, como producto de esta nueva inclusión racial y este nuevo enfrentamiento.
Por estas y más razones, cuya mención ocuparía un espacio que no poseemos aquí, Tango y Folklore se han convertido -a pesar de ser las dos caras de una misma moneda- en antitéticos y controvertidos.
Luis Bravo -un artista que pertenece a las dos vertientes- pone en escena esta subyacente controversia, eligiendo como terreno neutral para el enfrentamiento, la música de Dimitri Shostakovich, producto de su formación académica y erudita, tercer pilar en que se basa su talento.
Proyecta, con cuerpos que danzan, sentimientos colectivos muy profundos y arraigados. Introduce -como novedad- la confrontación, incorporando ahora a su exitoso Forever Tango el Folklore y las formas matrices españolas derivadas del Flamenco de dilatada y notoria influencia en la música y danza de Hispanoamérica.
Nos sugiere así que el plácido cosmos del Tango ha entrado en conflicto. De su mano, plena de maestría, el conflicto nunca llega a convertirse en caos.
La plasticidad, la diversidad y el humor son los rasgos que sobresalen en este nuevo espectáculo de Luis Bravo, tan argentino y tan universal como el anterior.
Alejandro Martino